El psicópata que terminó con la vida de tres jóvenes amigas de Cipolletti

Hace 24 años, esta ciudad rionegrina se vio conmocionado por el múltiple asesinato de tres jóvenes: las hermanas María Emilia (24) y Paula González (17) y su amiga Verónica Villar (22). Sus cuerpos fueron hallados semienterrados junto a las vías del tren. El femicida, Claudio Kielmasz, fue condenado a prisión perpetua y cumple su castigo en un penal de La Pampa.

Policiales 23 de octubre de 2021 télam télam
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El tipo no tenía el aspecto de un condenado a prisión perpetua. Era más bien pequeño, casi frágil, y su cara lampiña irradiaba un aire tardíamente infantil. Al igual que su risita. Con ella remataba todas sus frases, transformándola en un insidioso latiguillo. Hasta ensayó una justificación al respecto:

–Me rio porque soy inocente. Puedo reír porque tengo la conciencia en paz. No así los padres de las chicas asesinadas. Ellos no se pueden reír, ¿sabe? Ni pueden decir que se hizo justicia.

En ese instante la risita se le disolvió para dar paso a una mirada atroz y, con voz filosa, soltó:

–Yo no estaría condenado si me hubiera callado la boca…

Entonces, clavó los ojos sobre una ventana enrejada para proseguir:

–Lo único que se utilizó en mi contra fueron mis propios dichos. Así se llegó a la conclusión de mi culpabilidad. Aunque nadie sabe realmente si yo participé o no en el hecho que se me imputa.

Las palabras de Claudio Kielmasz –vertidas al autor de este artículo a comienzos de 2003 en la Unidad 9 de Neuquén– sonaban algo confusas. Y se referían a un caso que en su momento sacudió al espíritu público: el triple crimen de Cipolletti, ocurrido el 9 de noviembre de 1997.

Paseo hacia la muerte

Durante el caluroso atardecer de ese domingo, Verónica Villar fue a la casa de las hermanas María Emilia y Paula González. Las tres irían a un descampado cercano a las vías del tren. Allí solía airearse la gente del lugar durante los días de calor. Nada hizo suponer que esa salida sería un paseo hacia la muerte.

Por la noche, la ausencia de las chicas inquietó a sus padres: Juan Villar y Ulises González no tardaron en hacer la denuncia.
La búsqueda policial no arrojó resultados. La de los vecinos sí, aunque recién en la mañana del martes.

Don Ulises llegó justo cuando un grupo de uniformados acordonaba la zona. Sin ocultar su desesperación, resbaló al abalanzarse sobre una silueta que yacía debajo de unos olivillos. Como pudo, recuperó la vertical. Entonces fue atajado por el comisario Luis Seguel, que le dijo:

–Pare, González. No la haga más difícil. Las pibas están muertas.

Cuatro miembros de la Policía Científica revisaban a otra las víctimas. Uno de ellos, con una llave en la mano, preguntó:

–¿Esto sirve para algo? ¿Puede tener huellas?

–No. Así como están, no –le contestó un sargento.

–¿Las tiramos? –dijo su interlocutor, antes de arrojarlas.

Sus colegas seguían trabajando sobre los cuerpos. Varios tiros y puntazos habían trazado el final de las chicas.

En tanto, el escenario del crimen se había convertido en una especie de romería: la policía de Rio Negro dejó entrar a familiares, periodistas y simples curiosos. Casi todos los habitantes de Cipolletti peregrinaron hacia aquel sitio. Así se desdibujaron toda clase de huellas, rastros y evidencias. Seguel, quien debía preservar la escena de los crímenes, hizo todo lo contrario. Cabe resaltar que su desprolijidad no fue involuntaria: en los bordes del caso acechaba una confusa constelación de intereses y complicidades. Pero eso aún no se sabía.

La muerte de las chicas enardeció a buena parte de los 85 mil habitantes de la ciudad. Muchos apedrearon la Comisaría 4ª.Justo entonces apareció el mismísimo ministro de Gobierno provincial, Horacio Joulia, con un anuncio que sorprendió a todos: “¡El hecho está esclarecido!”, bramó a la multitud.

Según su versión, una llamada anónima a la sede policial había revelados los nombres de los presuntos asesinos.Era en realidad la segunda fase del encubrimiento.

Sus forzados protagonistas fueron Horacio Huanca y Mario Sepúlveda, dos marginales que vivían en sendas taperas no lejos del lugar de los crímenes. Los fueron a buscar a tiros. Uno fue malherido por varios impactos. Y el otro resultó milagrosamente ileso. Si hubieran muerto, el caso quedaba cerrado. En cautiverio, fueron torturados para forzar una confesión.

En paralelo, trascendía un informe forense que descartaba la hipótesis de la violación. Entonces, el móvil del hecho adquirió rango de enigma. Otro peritaje determinó la participación de por lo menos cuatro asesinos. Huanca y Sepúlveda estuvieron detenidos tres meses.

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