José Palozzi, el gran simulador del que no se volvío a tener noticias

Este italiano que llegó al país en 1982, que fue socio de Guillermo Patricio Kelly y que parecía una versión desmejorada de Marcello Mastroianni, decía haber entrevistado a personajes de la talla de Mao Tse Tung y Nikita Kruschev. Con dudosos fondos, encabezó un pretencioso proyecto periodístico que culminó con un supuesto secuestro que nadie creyó.

Policiales 21 de mayo de 2022 télam télam
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No era una mano completa. Lo percibí al tacto ni bien el tipo me la estrecho. En efecto, le faltaban dos dedos y medio. Al percibir mi asombro, sólo dijo:

–Me los arrancó la PIDE.

Y aclaró que tal era la sigla de la “Policía Internacional e de Defesa do Estado”, la mazorca secreta del dictador portugués Marcelo Caetano.

Y metió aquella mano en un bolsillo. Con la otra, recibió las tres hojas que contenían mi artículo y, luego de concederle una veloz lectura, volvió a extenderme la mano mutilada, esta vez con dos billetes de 100 dólares. Nunca me habían pagado un trabajo con tanta celeridad.

De ese modo conocí a José Palozzi.

Ese hombre parecía una versión desmejorada de Marcello Mastroianni. Su dicción era la de los italianos de Roma y mezclaba el español con palabras en su idioma nativo. Así resumió en un par de frases su carrera periodística en el Viejo Continente. Y para probar sus dichos, exhibió un recorte amarillento del “Corriere della Sera” con una entrevista suya a Mao Tse Tung. Debajo del título había una fotografía que lo mostraba con el líder chino; en la imagen, él aún tenía todos los dedos. En ese instante se le aproximó una mujer ya madura que sonreía de oreja a oreja. Era su esposa, a la cual llamaba “Pimpona”. Ella le dedicó una mirada cargada de  admiración.

A un costado, mi amigo Juan Salinas permanecía en silencio. Días antes había sido convocado por Palozzi para desempeñarse como jefe de redacción en un semanario político cuyo primer número estaba por salir. 

Palozzi seguía contando detalles del encuentro con Mao; también juraba haber entrevistado al ex premier soviético Nikita Kruschev. Yo interrumpí su relato para saciar una curiosidad:

– ¿Y qué problema tuvo con la policía portuguesa?    

–Es una historia demasiado larga –dijo, con tono misterioso, dando así por concluido el asunto. 

La escena transcurría en una oficina contigua a la Librería del Colegio, situada en la esquina de Bolivar y Alsina, que le había facilitado un dirigente justicialista llamado Eduardo Varela Cid. Era una tarde otoñal de 1985. Tras salir de allí fui con Salinas a tomar una ginebra a un bar de Avenida de Mayo. Ambos estábamos sorprendidos por el personaje en cuestión.

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