El Cura Pérez, un hampón que fue corresponsal desde la cárcel de Devoto

Juan Carlos Pérez, "El Cura", recibió ese alias porque uno de los primeros ítems de su curriculum delictivo fue el robo a una agencia bursátil vestido con una sotana. Asiduo visitante de penales de medio país, gracias a su buena prosa fue "cronista carcelario" para varios medios. Un par de años después de salir en libertad murió en su ley, tras asaltar una ferretería.

Policiales 02 de abril de 2022 télam télam
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Por algún extraño designio del turismo penitenciario, él había recalado en la cárcel de Rawson. Desde allí, el 12 de septiembre de 1989 envió una carta a la redacción del diario Nuevo Sur. Lo primero que me llamó la atención fue su excelente prosa.

El tipo aseguraba que otro preso le había revelado el sitio en el que estarían los restos de Rodolfo Clutterbuck, un directivo de Alpargatas secuestrado el 16 de octubre de 1988.

Cacho Novoa –mi jefe en la sección de Policiales– esbozó una sonrisa, porque sabía que las presuntas coordenadas de aquella inhumación clandestina se habían convertido en una excusa para todo convicto recluido en una prisión lejana que deseaba ser trasladado a un lugar de detención más cosmopolita.

Sin embargo, no dudó en hacerle llegar al juez Nelson Varazo –que tramitaba esa causa– el dato en cuestión. Y éste se apuró en disponer la comparecencia del recluso en su despacho, no sin antes alojarlo en un penal capitalino.

La noticia de dicha mudanza nos llegó en una segunda misiva, esta vez entregada en mano por su pareja, una mujer menuda y todavía joven que respondía al nombre de Celia. Al leerla, nuevamente me sentí algo sorprendido por su manejo de la escritura. Y Novoa también. Lo cierto es que ello bastó para que tomáramos una decisión: convertir a ese hombre en nuestro corresponsal en la cárcel de Villa Devoto.

Aunque –como era de suponer– las excavaciones emprendidas a raíz de su testimonio arrojaron resultados negativos, él no fue devuelto a Rawson. Por lo tanto, comenzó a desarrollar su nuevo oficio ya definitivamente instalado en el presidio de la calle Bermúdez.

Y con un arranque promisorio, dado que por su intermedio pudimos fogonear algunas primicias; entre ellas, la existencia de una red compuesta por oficiales del Servicio Penitenciario dedicada a la venta de armas robadas en el arsenal de Devoto.

También logramos tener acceso a la palabra de los presos más codiciados por la prensa, además de conseguir datos de casos sobre los que otros medios únicamente poseían la versión policial. En paralelo, todos los martes publicábamos su propia columna, intitulada “Desde mi celda”.

Al respecto, recuerdo una en particular. Trataba de un convicto que solía quejarse amargamente de no ser visitado por sus parientes; esa nota, que abordaba de un modo conmovedor el tema del desamparo carcelario, contenía una detalle final: el tipo estaba preso por haber asesinado a toda su familia.

Al principio, la comunicación con el autor de aquellas historias fue solo epistolar. Hasta que, durante una lluviosa mañana de octubre, acudí a su lugar de residencia. Los guardias revisaron con celo los cigarrillos que traía para él. Luego, mientras avanzaba por el pasillo que conduce al locutorio, temí por un instante no reconocerlo. Sin embargo, una silueta emergió del fondo para ir a  mi encuentro. Era Juan Carlos Pérez, a quien todos llamaban "El Cura”. Luego supe que arrastraba ese mote desde que asaltó una agencia bursátil disfrazado con una sotana.

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