Momento de elecciones y decisiones

Hoy, en exclusivo, desde la vida cotidiana, nuestro enviado especial, Adrián Stoppelman, se enfrenta a elecciones en las que no hay margen para la indecisión. Léalo. O no lo lea. Es su elección.

Espectáculos 13 de noviembre de 2021 télam télam
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Momento de elecciones y decisiones

La vida nos obliga constantemente a elegir. Incluso si no querés elegir, tenés que elegir entre elegir y no elegir. Si elegís elegir, tenés que elegir entre varias opciones y si no querés elegir, tenés que elegir entre qué opciones no elegir. No te podés quedar sin decidir.

Y ojo, que no hablo de decisiones electorales. Esas son las más fáciles de tomar, aunque también son las más fáciles de arrepentirse. Pero no son difíciles.

Elecciones difíciles son otras. Por ejemplo: ¿Me tiro a dormir una siesta y no pongo el despertador? Lo que no sería problema si estás en tu casa un domingo y no tenés que laburar, pero en la oficina, a las 3 de la tarde de un jueves…

Otra: abrís la alacena. Hay una lata de atún desmenuzado que compraste de oferta en su momento. Pero… venció hace 6 meses. ¿Mirá si va a ser más difícil decidir votar por un diputado que tomar la decisión de abrir el atún, olerlo y morfártelo? Porque en el cuarto oscuro, ponés el voto y te vas. El diputado que votaste, a la larga, te podrá defraudar o no. El atún desmenuzado vencido te da apenas 24 horas para sobrevivir…

Mucho más intrincado que poner un voto es tomar la decisión de qué hacer cuando te quedan solo 2 huevos (de gallina, aclaro por las dudas). Y los ponés en el agua y no se hunden del todo, pero tampoco flotan del todo. “¿Salmonella o no Salmonella? He ahí la cuestión”, dijo Shakespeare sobre este problema ovoide. ¡Otra que progres versus fachos!

La vida nos pone a prueba a cada minuto. Yo voy a comprar a una verdulería atendida por dos muchachos muy simpáticos. Uno jamás te enchufa algo en mal estado y el otro siempre, invariablemente, te enchufa algo podrido en Dinamarca. Y estás esperando. Y vos querés que te atienda “el bueno”. Pero está ocupado con alguien que le está comprando media verdulería. Mientras tanto, “el malo” ya le está cobrando al cliente. Y después venís vos. ¿Qué hacés? No le podés decir “no, dejá. Espero que me atienda él”. Porque te garantizás no algo podrido: varias cosas podridas de por vida.

Tampoco podés huir repentinamente. Bueno si. Una vez. Dos veces. A la tercera, el muchacho ya comenzará a sospechar y la próxima te atenderá con la cuchilla con la que corta el zapallo entre los dientes.

Hay una solución. Cambiar de verdulería. (Que comparando con una elección es más fácil que cambiar de país). El problema es que en la mayoría de la verdulerías hay dos personas: una que atiende bien y una mal. Y ya estoy yendo a comprar a una que queda a 3 distritos electorales de distancia de casa.

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