De Cali a Catamarca, el detrás de la escena del Operativo Café Blanco

En una estancia cercana a la localidad de Recreo, provincia de Catamarca, el 7 de marzo de 1995 fueron incautados 1.030 kilos de cocaína, recién arribados desde Colombia. Entre rumores de que la droga secuestrada era bastante mayor, dos años después los detenidos en la operación recibieron condenas de seis a doce años.

Policiales 14 de agosto de 2021 télam télam
14.28

Eran la mañana del 7 de marzo de 1995 cuando un grupo de la Bonaerense plantó bandera en el desolado paisaje catamarqueño para coronar lo que fue vendido como el mayor operativo antidroga de la historia policial argentina. Su cosecha: nada menos que 1.030 kilos de cocaína (según el pesaje oficial) con el águila rampante de las motocicletas Harley Davidson estampadas en los 100 paquetes capturados; era el sello del Cártel de Cali.

Aquel preciado tesoro estaba junto a una pista clandestina, donde aún permanecía el avión utilizado para recorrer sin escalas –y con capacidad para reabastecerse de combustible en pleno vuelo– los seis mil kilómetros que hay entre la localidad colombiana de Leticia y la estancia Los Ucles, muy próxima al pueblo de Recreo, en el noreste de Catamarca.

Horas antes había sido allanada una casona de Ascochinga, en Córdoba; era la base de la banda. Allí cayeron diez colombianos, además de secuestrarse equipos de comunicación, un arsenal y un camión cisterna acondicionado para esconder ese volumen de cocaína.

El asunto recibió el criterioso nombre de “Café Blanco”.

La tierra de los Saadi fue el escenario al que se subió la plana mayor del poder bonaerense: el gobernador Eduardo Duhalde y su esposa Chiche, junto al secretario de Seguridad, Alberto Piotti, el jerarca de la mazorca provincial, Pedro Klodczyk y el juez federal Alberto Suárez Araujo. Desde Casa Rosada también hizo suya la hazaña el presidente Carlos Menem.

Pero el héroe de la jornada era un individuo rollizo y retacón, de enorme papada y voz chillona que los cronistas de policiales conocían de memoria: el comisario Mario Naldi (a) el “Ñoño”. Empapado en sudor, ancho como nunca y con una Magnum 357 colgada de la sobaquera, posaba ante las cámaras con la gestualidad de un prócer.

De su lado no se movía un hombrecito con labios estirados; era su modo de sonreír. Se trataba de su socio en tal gesta. La opinión pública aún ignoraba su nombre. Pero él, Antonio Stiuso (a) “Jaime”, ya encabezaba la Dirección de Contrainteligencia de la SIDE. Ese organismo había financiado la pesquisa.

 El inefable comisario Mario Naldi.

Un instante sublime fue cuando el Ñoño, ante un tumulto de fotógrafos, conminó al jefe de la DEA en la Argentina, Terry Parham, a cambiar la gorra que llevaba puesta por otra que exhibía el escudo de la Bonaerense.La droga y los detenidos fueron transportados al día siguiente a Buenos Aires a bordo del Tango 02. Apoteótico.

Dos semanas después, Duhalde condecoró a los 22 policías que habían participado en la investigación, iniciada dos años antes a raíz de “una llamada anónima”, según el propio Naldi.Ese jueves fue también quemada la tonelada de droga en el crematorio del cementerio de la Chacarita. Duhalde presidió tal liturgia.

Cabe destacar que en aquella ocasión pasó desapercibida una maniobra de tres pícaros suboficiales de la Bonaerense.Ellos abrieron uno de los ataúdes que aguardaban turno en el sector del crematorio, y ocultaron dos kilos de droga debajo del cadáver.Los oportunistas, ante la certeza de que esa noche no podrían llevarse el botín, decidieron dejarlo allí a buen recaudo para regresar al día siguiente con alguna excusa y retirarlo. Pero todos los féretros que se encontraban en aquel lugar tenían por destino las llamas. De manera que, en la mañana del viernes, comprobaron que sus paquetitos ya eran cenizas.Desolados, volvieron al trabajo culpándose entre sí de su estupidez.

Mientras tanto, en medio de la algarabía triunfalista llamaba la atención que no hubiera una conexión local.Al respecto, el juez Suárez Araujo llegó a decir: “No está comprobada la participación de argentinos”.

Naldi fue más sincero, y reconoció la existencia de un prófugo; a saber: un tal Mario Álvarez (a) “El Gallego”, cuyo domicilio –según el comisario– había sido allanado, pero con “resultados negativos”.

En compensación, sus esbirros arrestaron en la localidad santiagueña de Frías a Guillermo Sosa, un piloto del Aero Club local, cuya especialidad eran las fumigaciones. Ya entonces se comentaba su condición de “perejil”. Ambas circunstancias fueron los primeros signos de que el operativo era en realidad una puesta en escena de la dramaturgia policial. Y que Álvarez era el actor protagónico.

Lo cierto es que su lazo con Naldi se remontaba a fines de 1992, cuando éste lo recibió en su oficina siendo jefe de la Brigada de Quílmes. El visitante tenía un temita para proponerle.

El facilitador

Álvarez había sido “buchón” de la Policía Federal. Pero no uno cualquiera. Su apellido materno era Suárez de Solar, y en sus años mozos supo moverse en la paquetísima zona de San Isidro, donde se entremezclaban lacras sociales como Raúl Guglielminetti, Arquímedes Puccio o Eduardo Varela Cid con jóvenes de intachable moral como Piotti, el fiscal Jorge Sica y Martín González del Solar, quien llegó a ser abogado de la delegación local de la DEA.

Entre traiciones, viajes a Ecuador y una breve temporada carcelaria por una “defraudación”, Álvarez tuvo cuatro hijos de dos matrimonios y una etapa sin gloria en el cine, como productor de un ya olvidado largometraje. Durante un tiempo se lo vio trajinar el ambiente publicitario.

Pero las cosas se le fueron complicando. Las adicciones al alcohol y a la cocaína, junto con sus habituales derrapes, le hicieron perder credibilidad aún como alcahuete. Le costaba conseguir trabajo. A principios de los ’90 cambió la zona Norte por un departamentito de Almagro y se volcó al “bagayeo” entre Ciudad del Este y Buenos Aires. Hasta octubre de 1991, cuando cayó preso en Puerto Iguazú por “asociación ilícita” y “contrabando agravado”.

 Antonio "Jaime" Stiuso, una de las fuentes de Naldi en la SIDE

En la cárcel de Eldorado conoció a José Camargo Salamanca, un narco colombiano abandonado a su suerte por el Cártel de Cali. Aquel hombre tenía una idea fija: vengarse de sus antiguos mandantes o solo “mejicanearlos”. Y sabía con qué: un cargamento de entre dos y seis mil kilos de cocaína que el Cártel buscaba ingresar a la Argentina.El Gallego sintió que su vida daba un vuelco.

A fines de 1992, ambos recuperaron la libertad. De inmediato, Álvarez ofreció el trabajo a sus contactos habituales. Pero sin éxito, dado que los de la Federal adujeron que el asunto era demasiado costoso y tampoco se mostraron dispuestos a pagar la comisión del 10 por ciento que Álvarez exigía.

En cambio, el Ñoño agarró viaje, tras una rápida consulta a su contacto de la SIDE (léase Stiuso) para conseguir el financiamiento de la operación.Su otro amigo, el juez Suárez Araujo, se sumó a tal emprendimiento con sumo beneplácito.

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